viernes, 7 de marzo de 2008

HOLA SOLEDAD...No me extraña tu presencia..!!!

Casi siempre estas conmigo te saluda un viejo amigo es te encuentro es uno más. Hola soledad, esta noche te esperaba aunque no te diga nada es tan grande mi tristeza ya conoces mi dolor. Yo soy un pájaro herido que llora solo en su nido, porque no puede volar. Y por eso estoy contigo, soledad yo soy tu amigo ven que vamos a charlar.

¿Que tan cierta es esta canción para muchos, no?
¿Que tanto te has acostumbrado a estar acompañado de tu soledad? ¿es temor, es duelo, o simplemente comodidad?

De pronto lo que necesitamos es una receta para recuperar la audacia. ¿alguien tiene alguna que quiera enviar?

GLEN




El enamorado de mi hermana

Un mundo nos separa. Mi hermana tiene 15 años y a su edad ha tenido más enamorados que, tal vez, los que yo tendré. El último, es un muchachito en cuestión que ha logrado cruzar la puerta de mi casa, más no avanzar por las enredaderas del corazón de ninguno de la familia- menos de nuestro perro. El último incidente fue avasallador, no se ha vuelto a hablar de mi ex, pero se que ese es uno de los motivos por el que mis padres no se quieren encariñar con alguien más tan pronto- y mi perro tampoco.

La visita, ella lo visita. Poco a poco se va adueñando de la sala y del televisor que ahí reposa. Como en Casa Tomada, vamos siendo despojados de nuestro espacio privado. Mis padres se ven poco a poco despojados de su juventud y a mi la cercanía a los treinta me hace sentir cierta envidia que me haría poner mala cara frente al muchacho, pero no lo hago. Ninguno de los dos tiene la culpa que odie a cualquier mortal que lleve algo extra a lo que yo llevo en el sexo.

Sin embargo, en noches como esta (que lo tuve entre mis brazos) siento un poco de tristeza por mí, pero no es la clásica pena que se va con un helado, sino una especie de resignación a leer libros y libros por el resto de mis noches. Felizmente leer me gusta, y felizmente nadie me va a privar de un libro (por lo menos no dentro de bastante tiempo, con esto de la tecnología, nadie sabe)

Ayer justo leía el prólogo a un libro sobre el paso de la lectura hablada, una regla durante la Edad Media, hacia la lectura silenciosa, tranquila y para nuestras profundidades. Recordé que hace mucho no leo en voz alta, como empecé a leer maravillada por el sonido de las palabras nuevas que llegaban a poblar mi mente, y que en realidad no soy la única que ya no lo hace, a excepción de los pequeños aprendices del Coquito ( Sí, ya sé que los niños ya no usan ese texto, pero me gusta pensar que todos los párvulos aún repiten el clásico “mi mama me mima, yo mimo a mi mami, ma, me, mi, mo, mu, mami, mima, mamá, mimo”) Las nuevas generaciones ya saben decir cartoon network, discorvery, Magaly, etc.

Pareciera ayer cuando mi hermana aprendía a decir “mi mama me mima” y ahora ya sabe decir “te quiero” en medio de mi sala, y al escucharlo se me acalambra el cuerpo, hace tiempo no digo algo así a un hombre, más bien le he cogido ciertas nauseas al escuchar que alguien “quiere a su enamorado”. Es la envidia, yo lo sé, la pura y sana envidia, pero es lo único que puedo sentir ahora mientras veo a mis amigas cercanas desviviéndose por comprarle un regalo al novio, por llamarlo, por hablarme rápido para ir a verlo. ¿Yo habré sido así? ¿En verdad el amor te pone tan idiota? ¿Eres capaz de separarte de tus amigos para ir a verlo con tanta ansiedad porque sólo lo ves los fines de semana? Sí, tal vez me merezco cada una de mis soledades, mi nueva soltería, y mis amigas me lo recuerdan: “Amiga, tu también eras así”. Sólo me queda bajar la cabeza, ver el libro que tengo en mis manos y leer en voz alta en mi cama calientita, porque aún estoy viva, leerme a mi solita “yo me mimo, mi mama me mima, él nunca más me mimará...

¿Cómo se sienten ustedes cuando ven a sus amigas felices y radiantes, mientras una está más sola que un olmo?

Por Gabo...

A mi me dejaron. Fui tan cobarde que puse las palabras en su boca porque no me atrevía yo a pronunciarlas. No sólo por mi condición de soltera LP (osea, de larga duración) sino porque tenía miedo de alguna venganza del destino (A lo Edipo, así de trágico). Yo fui más bondadosa con él, más no conmigo.

No fue necesario darle mucha cuerda porque fue quien más habló y dijo todo lo que quiso decir y también lo que no debió- digo esto porque creo que hay algún tipo de diplomacia que no se debe perder bajo ninguna circunstancia. Pero la diplomacia no sirve cuando se quiere ser sincero, yo le di la oportunidad, y cuando quise darme mi lugar y mostrar naturalmente que también estaba herida, me dijo: “No, no vas a llorar, pues”. “¿No quieres que llore? No voy a llorar”, le dije. Y abrí los ojos, más grandes que un anime japonés y me dediqué a escucharlo mientras se derrumbaba la imagen de aquel hombre que yo pensé que se llevaría el título de ser el único que me había amado de verdad.

Terminada la triste velada no faltaron sus buenos deseos- era un caballero, después de todo- y todo el bla, bla, bla que uno ya se sabe de memoria. Bajamos unas escaleras, yo a mayor prisa que él, y nos quedamos en la vereda, me despedí y me pidió llevarme a mi casa- era un caballero, como ya dije- yo me negué pero insistió tanto que accedí para no soltar mis reprimidos lagrimones en pleno Miraflores mientras los vendedores de rosas desistían de acercarse a esa pareja dispareja.

Creo que esa noche fue la más esperada por muchos, sus amigos y amigas, en primer lugar y mis amigas. Mi madre- como siempre- ya sabía en que terminaría aquel jolgorio de dos años y medio con un hombre que me llevaba más de quince años. Tal vez hubiera llegado enterita a mi casa si él no hubiera intentado ser un caballero otra vez: “¿De todas maneras vamos a seguir siendo amigos, verdad? ¿No vamos a olvidar la confianza que nos tenemos? (Confianza, dos años y medio juntos y eso es lo que tenemos, confianza) ¿Vas a ir a visitarme a mi oficina?” A toda esa recatafila de preguntas respondí con un “No sé”.

Mi casa estaba oscura, solo el pelaje blanco de mi perro me esperaba. No había nadie, así que pude llorar a pierna suelta, golpear las paredes, tirarme al piso como personaje del siglo XIX y gritar “¿Por qué?”. Cuando recobre un poco de cordura me quedé en el cuarto de mi mamá, sentada en su cama, con frío. Ya había deseado suicidarme- pero no pensaba mover ni un dedo, qué flojera-, ya había borrado todos sus mensajes del celular, su número, etc.

Mi madre al llegar y ver mi deplorable estado me abrazó y ahí sí lloré de verdad, con mocos y babas. Al día siguientes tenía que volver a mi cuarto: territorio minado con señales del no- deseado: fotos, tarjetitas, peluches y otros regalos. Todo lo boté, menos los “otros regalos” que me quedé como una especie de “compensación por tiempo de servicio”.

Los días pasaron y quienes se enteraban me preguntaban por qué lo había dejado si era tan buen hombre- un caballero, como dije- y yo “Un momentito. Stop. Rebobina y escucha: Yo no lo deje, él me dejó. Conmoción. “¿Él? ¿Por qué? ¿Su familia? Debe estar confundido. No pudo creerlo”. La chica joven llorando al hombre viejo, como Electra, sólo que Agamenón estaba muerto y mi susodicho estaba vivito y coleando. Y le sentó muy bien nuestra separación.

Yo tardé en darme cuenta que también para mí era lo mejor, que en verdad José José no tenía razón, que no siempre es amor lo que parece, que me estaba secando y avinagrando. Volví a mi condición de soltera LP, él seguirá siendo un caballero por donde se le mire, pero yo sé bien por donde ver que es sólo un hombre más. Nos vemos, nos saludamos y cada ratón a su hueco.

Volví a los libros, a escribir y a bailar. Esta era la soledad, después de todo, como para conmemorar a Gabo, pero ahora creo que en verdad las estirpes condenadas a cien años de soledad debemos buscarnos, a como de lugar, nuestra segunda (vigésima, si es el caso) oportunidad sobre la tierra.

¿Ustedes que piensan?