A mi me dejaron. Fui tan cobarde que puse las palabras en su boca porque no me atrevía yo a pronunciarlas. No sólo por mi condición de soltera LP (osea, de larga duración) sino porque tenía miedo de alguna venganza del destino (A lo Edipo, así de trágico). Yo fui más bondadosa con él, más no conmigo.
No fue necesario darle mucha cuerda porque fue quien más habló y dijo todo lo que quiso decir y también lo que no debió- digo esto porque creo que hay algún tipo de diplomacia que no se debe perder bajo ninguna circunstancia. Pero la diplomacia no sirve cuando se quiere ser sincero, yo le di la oportunidad, y cuando quise darme mi lugar y mostrar naturalmente que también estaba herida, me dijo: “No, no vas a llorar, pues”. “¿No quieres que llore? No voy a llorar”, le dije. Y abrí los ojos, más grandes que un anime japonés y me dediqué a escucharlo mientras se derrumbaba la imagen de aquel hombre que yo pensé que se llevaría el título de ser el único que me había amado de verdad.
Terminada la triste velada no faltaron sus buenos deseos- era un caballero, después de todo- y todo el bla, bla, bla que uno ya se sabe de memoria. Bajamos unas escaleras, yo a mayor prisa que él, y nos quedamos en la vereda, me despedí y me pidió llevarme a mi casa- era un caballero, como ya dije- yo me negué pero insistió tanto que accedí para no soltar mis reprimidos lagrimones en pleno Miraflores mientras los vendedores de rosas desistían de acercarse a esa pareja dispareja.
Creo que esa noche fue la más esperada por muchos, sus amigos y amigas, en primer lugar y mis amigas. Mi madre- como siempre- ya sabía en que terminaría aquel jolgorio de dos años y medio con un hombre que me llevaba más de quince años. Tal vez hubiera llegado enterita a mi casa si él no hubiera intentado ser un caballero otra vez: “¿De todas maneras vamos a seguir siendo amigos, verdad? ¿No vamos a olvidar la confianza que nos tenemos? (Confianza, dos años y medio juntos y eso es lo que tenemos, confianza) ¿Vas a ir a visitarme a mi oficina?” A toda esa recatafila de preguntas respondí con un “No sé”.
Mi casa estaba oscura, solo el pelaje blanco de mi perro me esperaba. No había nadie, así que pude llorar a pierna suelta, golpear las paredes, tirarme al piso como personaje del siglo XIX y gritar “¿Por qué?”. Cuando recobre un poco de cordura me quedé en el cuarto de mi mamá, sentada en su cama, con frío. Ya había deseado suicidarme- pero no pensaba mover ni un dedo, qué flojera-, ya había borrado todos sus mensajes del celular, su número, etc.
Mi madre al llegar y ver mi deplorable estado me abrazó y ahí sí lloré de verdad, con mocos y babas. Al día siguientes tenía que volver a mi cuarto: territorio minado con señales del no- deseado: fotos, tarjetitas, peluches y otros regalos. Todo lo boté, menos los “otros regalos” que me quedé como una especie de “compensación por tiempo de servicio”.
Los días pasaron y quienes se enteraban me preguntaban por qué lo había dejado si era tan buen hombre- un caballero, como dije- y yo “Un momentito. Stop. Rebobina y escucha: Yo no lo deje, él me dejó. Conmoción. “¿Él? ¿Por qué? ¿Su familia? Debe estar confundido. No pudo creerlo”. La chica joven llorando al hombre viejo, como Electra, sólo que Agamenón estaba muerto y mi susodicho estaba vivito y coleando. Y le sentó muy bien nuestra separación.
Yo tardé en darme cuenta que también para mí era lo mejor, que en verdad José José no tenía razón, que no siempre es amor lo que parece, que me estaba secando y avinagrando. Volví a mi condición de soltera LP, él seguirá siendo un caballero por donde se le mire, pero yo sé bien por donde ver que es sólo un hombre más. Nos vemos, nos saludamos y cada ratón a su hueco.
Volví a los libros, a escribir y a bailar. Esta era la soledad, después de todo, como para conmemorar a Gabo, pero ahora creo que en verdad las estirpes condenadas a cien años de soledad debemos buscarnos, a como de lugar, nuestra segunda (vigésima, si es el caso) oportunidad sobre la tierra.
¿Ustedes que piensan?